por Rodolfo Chisleanschi en 16 octubre 2020
- Mejorar las condiciones de vida de los habitantes del monte a través de la conservación de los bosques nativos es el gran desafío, y el turismo va ganando espacio como vía para lograrlo.
- Por el momento son solo un puñado de emprendedores pero el impulso va en aumento y las iniciativas y proyectos se reproducen. Frenar la deforestación y detener la frontera agroganadera es la meta final.
- “La gente venía a cazar patos a esta zona y yo les hacía de guía. Nací aquí, en el bañado, así que se imaginará que conozco bien el lugar. Pero hace alrededor de doce años vedaron la caza y me quedé sin trabajo. Una persona me dijo que aprovechara lo que sabía y llevara turistas a pasear por el bañado. Tenía una piragua, me animé y empecé…”, recuerda Chilo Ruíz.Los 45 años de vida de este habitante del Gran Chaco argentino tienen como escenario el Fortín La Soledad, un remoto punto del mapa en la provincia de Formosa, cercano al río Pilcomayo y la frontera con Paraguay. Habitada por unas 120 familias, la localidad pasaría inadvertida si no fuese por una peculiaridad: se encuentra en medio del Bañado La Estrella, una de las siete maravillas naturales de la Argentina, según fue declarada en junio de 2019.
“Ahora con mi familia ya tenemos un emprendimiento”, se enorgullece Ruíz antes de iniciar el inventario: “Dos cabañitas con aire acondicionado y baño privado, un patio grande y techado donde se pueden poner carpas o casas rodantes, embarcaciones para llevar hasta 30 personas, siete u ocho muchachos que me ayudan, y mi mujer, que hace comidas típicas de la zona y está aprendiendo a cocinar platos para veganos y los que no pueden comer harinas”.
Un ejemplar de tucán (Ramphastos toco) descansa sobre una rama en el interior de la reserva Los Chaguares, emprendimiento familiar que abrió sus puertas en 2015. Foto: Javier Cardelli.
La Estrella tiene bien ganado su título de “maravilla natural”. Salvo en temporadas como la actual, con una sequía que se prolonga desde hace más de nueve meses, las aguas del Pilcomayo inundan este humedal, el segundo más extenso del país, cuya superficie puede oscilar entre las 400 000 y las 7 000 000 de hectáreas, para convertirlo en un auténtico estallido de biodiversidad. Aves de todos los tamaños y colores surcan el aire, nutrias gigantes (Ptenoura brasiliensis), aguarás-guazú (Chrysocyon brachyurus) y tapires (Tapirus terrestris spegazzinii) transitan las islas, los yacarés (Caiman latirostris chacoensis) recorren los cursos de agua. No es, por supuesto, el único punto del Gran Chaco argentino que reúne atractivos suficientes para la visita turística, pero sin duda ocupa el podio entre los que pueden atraer las miradas de quienes aman los horizontes despejados.
“El turismo de naturaleza es una tendencia en aumento en la actualidad y Chaco es naturaleza pura”, se ilusiona Mónica Lencina, tesorera de la Asociación Civil de Turismo Receptivo de esa provincia, y agrega: “Además, el momento obliga a visitas en grupos reducidos, lo cual coincide con los servicios que ofrecemos y no nos genera grandes cambios”. Joni Marcelo Torres, técnico en turismo y responsable de gestionar el uso público del Área Nacional Impenetrable, ahonda en el tema: “El proyecto que estamos ejecutando, que está financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (WWF), quiere demostrar que un ecoturismo sustentable puede convivir en armonía con el desarrollo de los pobladores locales”.
Un desarrollo desparejo
El desafío de detener el avance de la frontera agroganadera, y de esa forma acabar con el flagelo de la deforestación, necesita de manera imprescindible de alternativas económicas viables. De manera casi unánime, el ecoturismo es señalado como una de ellas, aunque por el momento sea más una quimera que una realidad. El número de establecimientos o personas que lo ofrecen y de programas oficiales que lo patrocinan aún es mínimo y encuentra disparidades notables entre las cuatro jurisdicciones que componen el corazón del Gran Chaco en la Argentina.
“Genera fuerza de trabajo y, de esa manera, las ganancias que se obtienen con la actividad derraman hacia los pobladores locales”, analiza Luis Dellamea, dueño del centro ecoturístico Tantanacuy, principal complejo de estas características situado en la región del Chaco Seco. Situado en Pampa del Infierno (Chaco), sus 2500 hectáreas de monte y pastizales están habitadas por fauna de la ecorregión. En la misma línea, Gustavo Silguero, magíster en desarrollo turístico sustentable y asesor del Ministerio de Turismo de Formosa, señala que: “Nuestra idea es buscar un equilibrio entre el cuidado del entorno natural y la posibilidad de que el turismo brinde ingresos a comunidades indígenas o criollas del ámbito rural”.